25 de agosto. Ruidos y alborotos frente al silencio nocturno.
Forges, en El País
No sabía yo que para ser un pueblo grande e inmortalizar las fiestas patronales había que abrir las puertas al ruido y terminar con la calma y el silencio de la noche. Nada ni nadie es capaz de alzarse contra el griterío provocado en esta época veraniega. La barahúnda (con ruidos en barrios y en pueblos que sobrepasan normalmente los cien decibelios cuando los niveles recomendables no deben superar los 30 para evitar los trastornos de sueño) se apodera del sueño y de noches enteras y obliga a todo ciudadano sin excepción a soportar el bullicio y la algarada popular, dejando un relativo silencio sólo cuando amanece o es hora de levantarse. Pero, justo en ese momento, comienza otra clase de ruidos ensordecedores, el de los aviones que despegan del aeropuerto de Barajas. Cada tres o cinco minutos, los vuelos del “corredor del ruido” continúan atormentando a una quincena de pueblos que, por su estratégica situación de proximidad con el aeropuerto, por el viraje de aviones o el sobrevuelo de zonas habitadas, siguen condenados a soportar un ruido atronador que registra picos de hasta 80 decibelios. Es la “huella sonora” pese a todas las protestas, denuncias y a una Ley del Ruido aprobada desde hace cinco años.
Hablo con conocimiento de causa y experiencia propia. Desde hace varias noches, oigo, los ruidos atronadores de mi pueblo en fiestas, con petardos continuos que comienzan por las tardes y continúan hasta altas horas de la madrugada, y los tradicionales fuegos arficiales a la medianoche que “elevan –según dicen– la moral del ciudadano”. Todos ellos, aparte de molestar sobradamente a la fauna del lugar, atemorizan a los perros que golpean sin aliento las puertas para poder pasar y esconderse en el interior de las casas. Los cuatro o cinco pueblos vecinos o colindantes con el mío, incluyen jornadas enteras de petardos, chirridos, estampidos, zumbidos, aparte del repiqueteo desquiciador de baterías o el mismo sonar de conjuntos musicales con altavoces a toda potencia que hace que estas noches, tanto para los que acuden a las fiestas como para los que las padecen, sean, más que ruidosas, ensordecedoras. Ruidos atronadores que penetran sin permiso alguno hasta el fondo de cada ciudadano y buscan romper el silencio encalmado de la noche.
Por cierto, la primera medida que la Ley del Ruido obliga a los Ayuntamientos de las 18 ciudades más pobladas de España (el segundo país más ruidoso del planeta) a la elaboración de mapas de ruido. Mapas que, en agosto de 2007, debían estar listos. Sólo seis de los 18 municipios han cumplido. El resto todavía no ha respondido. Y no hablemos ya de los pequeños municipios, no por ello con menos capacidad de crear ruidos durante sus fiestas patronales. ¿Será –me pregunto– que los consistorios consideran irrenunciables el bullicio populachero, el griterío descontrolado, la vigilia popular que impide el sueño de los habitantes, como parte esencial de pueblos en fiestas? ¿Por qué los municipios permiten y toleran que no se guarde silencio durante las horas de sueño? ¿Por qué les cuesta tanto responder a esta Ley? ¿Será que buscan, bajo mano, una póstuma medalla olímpica, la del muncipio que más grita y alborota durante la noche?
Hablo con conocimiento de causa y experiencia propia. Desde hace varias noches, oigo, los ruidos atronadores de mi pueblo en fiestas, con petardos continuos que comienzan por las tardes y continúan hasta altas horas de la madrugada, y los tradicionales fuegos arficiales a la medianoche que “elevan –según dicen– la moral del ciudadano”. Todos ellos, aparte de molestar sobradamente a la fauna del lugar, atemorizan a los perros que golpean sin aliento las puertas para poder pasar y esconderse en el interior de las casas. Los cuatro o cinco pueblos vecinos o colindantes con el mío, incluyen jornadas enteras de petardos, chirridos, estampidos, zumbidos, aparte del repiqueteo desquiciador de baterías o el mismo sonar de conjuntos musicales con altavoces a toda potencia que hace que estas noches, tanto para los que acuden a las fiestas como para los que las padecen, sean, más que ruidosas, ensordecedoras. Ruidos atronadores que penetran sin permiso alguno hasta el fondo de cada ciudadano y buscan romper el silencio encalmado de la noche.
Por cierto, la primera medida que la Ley del Ruido obliga a los Ayuntamientos de las 18 ciudades más pobladas de España (el segundo país más ruidoso del planeta) a la elaboración de mapas de ruido. Mapas que, en agosto de 2007, debían estar listos. Sólo seis de los 18 municipios han cumplido. El resto todavía no ha respondido. Y no hablemos ya de los pequeños municipios, no por ello con menos capacidad de crear ruidos durante sus fiestas patronales. ¿Será –me pregunto– que los consistorios consideran irrenunciables el bullicio populachero, el griterío descontrolado, la vigilia popular que impide el sueño de los habitantes, como parte esencial de pueblos en fiestas? ¿Por qué los municipios permiten y toleran que no se guarde silencio durante las horas de sueño? ¿Por qué les cuesta tanto responder a esta Ley? ¿Será que buscan, bajo mano, una póstuma medalla olímpica, la del muncipio que más grita y alborota durante la noche?
4 comentarios:
Jeje, valga esta viñeta de Forges
(cámbiese valencianoquesoportalaformula1 por el texto deseado)
Gracias, Daniel, por tu consejo.
¡Muy bien Santi!
Has dado en el clavo. Hace años que me estoy preguntando : ¿Como es posible, que los ayntamientos aprueban y hasta subvencionan estas "fiestas" ensordedoras (e ilegales)
Para los castellanos actuales, el ruido es un valor electoral.( al menos en las municipales) Antes de votar tendrán muy en cuenta las fiestas y ferias pasadas y las que se puedan preparar en función de la corporación que forme gobierno. Cuanto más ruido garantizen (ruido en todas las acepciones del termino) más votos cosecharán. chiflos.
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