6 de agosto. Se busca casa-museo para albergar todo el humor isleño.
Pep Roig, en su estudio.
Yo no sé si Pep Roig o Toni Rotger, promotores de ese Museo, encontrarán lo que andan buscando. En esta vida hay demasiado material que se va perdiendo, está disperso o es muy complicado conservar. Ellos saben muy bien que la memoria histórica popular está en peligro si no se recoge y se preserva en un lugar adecuado, especializado y con todas las reservas necesarias para que no muera definitivamente. Saben que hay lugares, edificios muy apropiados para ese “Museu de l’Humor”. Como el de la Coruña, el Museu del Còmic, de Barcelona, el Museo del Humor Gráfico, de la Universidad de Alcalá de Henares o de El Toboso, y el de tantos otros lugares del mundo. En Internet hay más de 500.000 páginas dedicadas a este tema. Al menos, con él, la gente que visita la isla sabría de qué se ríen los mallorquines cuando no lloran o miran a los turistas con ojos siempre interesados. Lo malo es que también las autoridades, “tan serias, tan responsables y metidas en sus cochazos oficiales”, según Antoni Serra, más preocupadas por otras cosas de la vida, están perdiendo la noción del humor, si no lo han perdido ya definitivamente.
Cuando el humor es total, putativo, sin cadenas que lo aten, capaz de mantenerse libre frente a determinados signos como la misma escritura, hay que quitarse el sombrero y exclamar ¡Chapeau!. Por eso ese sesentón que se cree guapo, cuyo deporte favorito es dibujar el humor mientras comenta que todos los políticos se la traen floja, ese dibujante-periodista mallorquín cuyas obras favoritas son, según él mismo asegura, la película “El tercer hombre”; la pieza musical, la “Flauta mágica” y el libro, “La conjura de los necios”, ese alguien que asegura que un día de estos aprenderá a leer, a escribir y a dibujar, se merece que le hagan un poco de caso en Mallorca, donde nació y vive, y le concedan lo que busca: una casa-museo, a ser posible libre de impuestos, donde depositar y entronizar todo el humor isleño.
Porque pese a la mala leche que impera en esa isla, pese a su sol, que aplasta y reseca proyectos y renueva vidas desperdigadas en torno a cualquier negocio, pese a tanta realeza y autoridad perdida en plenas vacaciones, a tanta propiedad supervalorada, a tantos suvenires a la carta, pese a tanta superventa de yates, honores y obras de arte, hay también un humor que trata de mantenerse a secas, despuntando la risa y la sonrisa de quien nada pierde por mostrarla.
Porque el humor surge donde menos se espera. Y, una vez creado y reconocido el Museu de l‘Humor, legalizada y registrada la sociedad, que, al contrario de la mercantil, no pierde ni gana intereses con el tiempo, sino que se mantiene y ayuda a vivir sonriendo, aunque sea de rodillas, hay que cuidarlo y protegerlo como a un niño medio inválido pero querido y necesario para que todo pierda su trágico destino: en los dibujos y personajes graciosos, en los autores y gentes sencillas, en las canciones y glosas humildes, en los gestos y artículos de todo tipo, en las pinturas no interesadas, gratuitas, inocuas, en los talleres, publicaciones, charlas, encuentros francos, ingenuos, inteligentes, llenos de gracia que se hallan inmersos en la vida corriente del pueblo.
Por eso apoyamos a este hidalgo del humor que ha tenido la ocurrencia de buscar una fundación, un patronato para que no se pierda, como se ha perdido casi todo de lo que significa gratuidad, generosidad, lo que está exento de cargos y de intereses, lo se que adquiere puramente de balde, lo que no sirve para algo en esta puta vida de intereses y de clases.
Porque pese a la mala leche que impera en esa isla, pese a su sol, que aplasta y reseca proyectos y renueva vidas desperdigadas en torno a cualquier negocio, pese a tanta realeza y autoridad perdida en plenas vacaciones, a tanta propiedad supervalorada, a tantos suvenires a la carta, pese a tanta superventa de yates, honores y obras de arte, hay también un humor que trata de mantenerse a secas, despuntando la risa y la sonrisa de quien nada pierde por mostrarla.
Porque el humor surge donde menos se espera. Y, una vez creado y reconocido el Museu de l‘Humor, legalizada y registrada la sociedad, que, al contrario de la mercantil, no pierde ni gana intereses con el tiempo, sino que se mantiene y ayuda a vivir sonriendo, aunque sea de rodillas, hay que cuidarlo y protegerlo como a un niño medio inválido pero querido y necesario para que todo pierda su trágico destino: en los dibujos y personajes graciosos, en los autores y gentes sencillas, en las canciones y glosas humildes, en los gestos y artículos de todo tipo, en las pinturas no interesadas, gratuitas, inocuas, en los talleres, publicaciones, charlas, encuentros francos, ingenuos, inteligentes, llenos de gracia que se hallan inmersos en la vida corriente del pueblo.
Por eso apoyamos a este hidalgo del humor que ha tenido la ocurrencia de buscar una fundación, un patronato para que no se pierda, como se ha perdido casi todo de lo que significa gratuidad, generosidad, lo que está exento de cargos y de intereses, lo se que adquiere puramente de balde, lo que no sirve para algo en esta puta vida de intereses y de clases.
Yo no sé si Pep Roig o Toni Rotger, promotores de ese Museo, encontrarán lo que andan buscando. En esta vida hay demasiado material que se va perdiendo, está disperso o es muy complicado conservar. Ellos saben muy bien que la memoria histórica popular está en peligro si no se recoge y se preserva en un lugar adecuado, especializado y con todas las reservas necesarias para que no muera definitivamente. Saben que hay lugares, edificios muy apropiados para ese “Museu de l’Humor”. Como el de la Coruña, el Museu del Còmic, de Barcelona, el Museo del Humor Gráfico, de la Universidad de Alcalá de Henares o de El Toboso, y el de tantos otros lugares del mundo. En Internet hay más de 500.000 páginas dedicadas a este tema. Al menos, con él, la gente que visita la isla sabría de qué se ríen los mallorquines cuando no lloran o miran a los turistas con ojos siempre interesados. Lo malo es que también las autoridades, “tan serias, tan responsables y metidas en sus cochazos oficiales”, según Antoni Serra, más preocupadas por otras cosas de la vida, están perdiendo la noción del humor, si no lo han perdido ya definitivamente.
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