24 de octubre. Los errores de Bush y su risa contenida.
¿De qué se mofa, Presidente?
A mediados de este mismo mes, el general Ricardo Sánchez, ex comandante de las fuerzas estadounidenses en Irak entre el 2003 y el 2004, al producirse las torturas en Abu Ghraib, calificaba de “incompetente” la gestión del conflicto por parte de Bush y afirmaba que la guerra era una “pesadilla sin fin”. Sánchez se mostraba pesimista sobre los actuales planes del Gobierno en aquel país. “Después de más de cuatro años de combates –añadía– EEUU continúa su lucha desesperada en Irak sin una estrategia que conduzca a la victoria, tanto en este país como en el conflicto más amplio contra el extremismo”. Claro que Bush sabía muy bien que el papel del general Sánchez como comandante durante el escándalo de Abu Ghraib lo hacía vulnerable a la crítica. Por eso tal vez su rostro, el del presidente norteamericano, seguía mostrándonos esa extraña mezcla entre una disimulada risa y un esfuerzo por contenerse.
Los angelitos del Pentágono han reconocido que repetidas veces han bombardeado “por error” depositos de la Cruz Roja en Kabul y otros lugares y lamentan que misiles desviados cayeran en barrios de la capital. El embajador en Pakistán, Abdul Salam Zaif denunció, en su día, la muerte de unos cien afganos en el bombardeo americano de un hospital en Herat, al oeste del país. Los talibanes aseguraron que otro “error” había provocado la muerte de unas noventa y tres personas y más de cuarenta heridos en un ataque aéreo contra una aldea situada al noreste de Kandahae. El pasado mes de agosto, un B-52, cargado igualmente “por error” con varias cabezas nucleares –dicen que hasta seis– cruzó durante tres horas y media el espacio americano, riéndose de los mismo yaquis por su ciega confianza en sus bombarderos. Se trataba de un “error garrafal sin precedentes” en propio cielo americano. Y hace unos días, un misil Patriot cayó, también “por error”, en Qatar, después de haber sido lanzado desde Siliyia, sede del cuarte general del Mando central estadounidense para Oriente Próximo. Afortunadamente, la caída del misil, ni llegó a explotar, ni causó víctimas.
Sin embargo, desde el Pentágono no dejan de alabar la valiente acción de sus pupilos que disparan desde el aire contra todo lo que se mueve, pero siguen sin encontrar a Bin Laden, el enemigo más cotizado, pese a la orden tajante dada por Bush a la CÍA de matarlo “a cualquier precio”. El Presidente, colmo de los colmos, ha comunicado a sus consejeros su disposición a aceptar cualquier fiasco en el camino y ha asumido que habrá operaciones encubiertas de la CÍA que podrán bordear el ridículo ante la opinión pública, pero las admite como necesarias. Acepta igualmente los fracasos del FBI en la prevención de atentados, como el ocurrido el 11 de septiembre en Nueva York y Washington, pero no puede pasar por alto el supuesto orgullo nacional, burlado y herido, ni la venganza implacable.
Así que, ante su cara de risa incontenida, nos acordamos del poema de Benedetti, cantado por Quintín Cabrera: “¿De qué se ríe?(Seré curioso)”: “Seré curioso/ señor Ministro/ de qué se ríe/ de qué se ríe?”. Sólo basta que cambiemos: “Señor Ministro” por “El Presidente”.
Quintín Cabrera, un cantautor exiliado de la dictadura uruguaya y nacionalizado español –lleva 38 años cantando en nuestro país–, tiene una pieza musical titulada “Señor Presidente”. La censura franquista le hizo cambiar el título por “Qué vida”, pero no la letra que decía: “Que vida tan diferente/ la mía y la suya, señor Presidente/ Qué medidas diferentes/ se toman a veces, señor presidente/ ¡Que vida más diferente!/ ¡Qué poder más diferente!”. Y, aunque se dirigía al presidente uruguayo, bien podría referirse a otro cualquiera americano, incluido al norteamericano. Mientras escribo esta crónica, otra canción de Quintín con letra de su colega Mario Benedetti, tintinea en mi interior. Se titula: ¿De qué se ríe, señor Ministro? y hace alusión a los repetidos errores políticos cometidos a lo largo de su mandato.
A principios de este mes, George W. Bush negaba, sin convencer a nadie, las recientes pruebas aparecidas sobre las supuestas torturas infligidas a los detenidos durante los interrogatorios. “Este Gobierno –decía, sin poder disimular el esfuerzo por contener su cínica risa de politicastro– no tortura a la gente. Nos atenemos a la Ley y a nuestras obligaciones internacionales”. Bush defendía el programna de interrogatorios a sospechosos de Al Qaeda que permite el uso de técnicas no admitidas por el Ejército, así como la práctica de torturas y la utilidad de prisiones secretas de la CIA en terceros países. “Técnicas e interrogatorios –añadía– que han servido para obtener de los detenidos información muy valiosa para combatir el terrrorismo y al estar mejor protegidos”. Al mismo tiempo, el diario The New York Times revelaba que el Departamento de Justicia, bajo el mando de Alberto González, había sostenido en documentos secretos que ciertos métodos de interrogario como golpes en la cabeza, simulación de asfixia o la estancia en temperaturas heladas, no eran trato cruel, inhumano o degradante.
A mediados de este mismo mes, el general Ricardo Sánchez, ex comandante de las fuerzas estadounidenses en Irak entre el 2003 y el 2004, al producirse las torturas en Abu Ghraib, calificaba de “incompetente” la gestión del conflicto por parte de Bush y afirmaba que la guerra era una “pesadilla sin fin”. Sánchez se mostraba pesimista sobre los actuales planes del Gobierno en aquel país. “Después de más de cuatro años de combates –añadía– EEUU continúa su lucha desesperada en Irak sin una estrategia que conduzca a la victoria, tanto en este país como en el conflicto más amplio contra el extremismo”. Claro que Bush sabía muy bien que el papel del general Sánchez como comandante durante el escándalo de Abu Ghraib lo hacía vulnerable a la crítica. Por eso tal vez su rostro, el del presidente norteamericano, seguía mostrándonos esa extraña mezcla entre una disimulada risa y un esfuerzo por contenerse.
Los angelitos del Pentágono han reconocido que repetidas veces han bombardeado “por error” depositos de la Cruz Roja en Kabul y otros lugares y lamentan que misiles desviados cayeran en barrios de la capital. El embajador en Pakistán, Abdul Salam Zaif denunció, en su día, la muerte de unos cien afganos en el bombardeo americano de un hospital en Herat, al oeste del país. Los talibanes aseguraron que otro “error” había provocado la muerte de unas noventa y tres personas y más de cuarenta heridos en un ataque aéreo contra una aldea situada al noreste de Kandahae. El pasado mes de agosto, un B-52, cargado igualmente “por error” con varias cabezas nucleares –dicen que hasta seis– cruzó durante tres horas y media el espacio americano, riéndose de los mismo yaquis por su ciega confianza en sus bombarderos. Se trataba de un “error garrafal sin precedentes” en propio cielo americano. Y hace unos días, un misil Patriot cayó, también “por error”, en Qatar, después de haber sido lanzado desde Siliyia, sede del cuarte general del Mando central estadounidense para Oriente Próximo. Afortunadamente, la caída del misil, ni llegó a explotar, ni causó víctimas.
Sin embargo, desde el Pentágono no dejan de alabar la valiente acción de sus pupilos que disparan desde el aire contra todo lo que se mueve, pero siguen sin encontrar a Bin Laden, el enemigo más cotizado, pese a la orden tajante dada por Bush a la CÍA de matarlo “a cualquier precio”. El Presidente, colmo de los colmos, ha comunicado a sus consejeros su disposición a aceptar cualquier fiasco en el camino y ha asumido que habrá operaciones encubiertas de la CÍA que podrán bordear el ridículo ante la opinión pública, pero las admite como necesarias. Acepta igualmente los fracasos del FBI en la prevención de atentados, como el ocurrido el 11 de septiembre en Nueva York y Washington, pero no puede pasar por alto el supuesto orgullo nacional, burlado y herido, ni la venganza implacable.
Así que, ante su cara de risa incontenida, nos acordamos del poema de Benedetti, cantado por Quintín Cabrera: “¿De qué se ríe?(Seré curioso)”: “Seré curioso/ señor Ministro/ de qué se ríe/ de qué se ríe?”. Sólo basta que cambiemos: “Señor Ministro” por “El Presidente”.
1 comentario:
La canción a la que aludes, "Señor presidente", pertenece en letra y música a Aníbal Sampayo, otro uruguayo.
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