26 de octubre. Una beatificación masiva demagógica.
José María Rouco, cardenal-arzobispo de Madrid
Ian Gibson, un escritor hispano-irlandés y especialista en la Guerra Civil, lamenta los asesinatos de los curas, al estar en contra de la pena de muerte. “Pero –añade– la Iglesia fue la que sembró la semilla del odio y la violencia. Y esta misma Iglesia tiene la obligación de pedir perdón, cosa que no ha sido capaz de hacer. Los prelados españoles son menos humildes que su propio Jefe, el Papa. Son cobardes y han traicionado el mensaje de Cristo”. Y yo, que he crecido bajo la influencia de una Iglesia franquista hasta la médula, estoy totalmente de acuerdo con él.
¿No quieres caldo? Pues dos tazas. Así trata la Iglesia a sus adversarios. El próximo domingo, la plaza de San Pedro del Vaticano se llenará de españoles, casi todos católicos y de derechas, para contrarrestar las tendencias del Gobierno y del Parlamento con su Ley de Memoria Histórica, que acudirán a la beatificación de los mártires de la Segunda República y de la Guerra Civil. En esta ocasión, los gritos no irán en contra de Zapatero sino a favor de estos 498 españoles que poco tenían que ver con la República. Una operación religiosa con tintes de conservadurismo a ultranza de una Iglesia española que reivindica su tradicional saber hacer de la derecha.
La mayoría de ellos proceden de diversas congregaciones religiosas. Son curas y frailes, monja, seminaristas y seglares que “no ofendieron a nadie –nos advierte innocentemente Manuel Sánchez Monge, Prelado de Ferrol– ni impusieron a nadie sus creencias”. La diócesis de Madrid aporta 176 y su obispo, Antonio María Rouco, que se ha distinguido por su oposición a la política del PSOE en el poder, se siente orgulloso de ellos. Aunque el ex presidente de la Conferencia Espiscopal se ha apresurado a excusarse: “No tiene nada que ver el calendario de las beatificaciones con el político. A ellos tenemos que pedirles que intercedan por España, para que el bien de la reconciliación no se vea quebrantado por las circunstancias de la España actual”. Naturalmente, si en estos momentos nos gobernara la derecha, no sólo se hubiera mantenido esta manifestación eclesiástica sino que tal vez se hubiera potenciado.
No obstante, mientras la Conferencia Episcopal consigue ascender a los altares la memoria de los caídos en su “sacrosanta cruzada”, no en vano el portavoz y secretario de la misma, quien acudiera, hace unas semanas, al Vaticano, en la presentación de una hagiografía sobre el medio millar de estos nuevos mártires, ha declarado que el acto “fortalecerá la fe de los católicos en momentos de especial dificultad”. Como sin duda la fortaleció cuando, en 1987, unos quinientos religiosos españoles muertos a manos de simpatizantes republicanos antes y durante la Guerra Civil ya fueron beatificados por Juan Pablo II. Para Monseñor Juan Antonio Martínez Camino la ceremonia “no ha sido preparada para cultivar ninguna megalomanía”. Algo difícil de creer cuando todos los obispos españoles se desplazan este fin de semana a Roma. Hecho que, casualmentese, coincide con el 25 aniversario de la primera victoria del PSOE en las elecciones generales de 1982 y con la tramitación en el Congreso de la Ley de Memoria Histórica.
Defendidos por la España que se levantó en armas contra la República, e impulsados por una jerarquía española cuya beligerancia política se ha puesto últimamente de manifiesto –recuerdo las palabras del cardenal Cañizares, quejándose de que hoy existe un plan “de eliminación de la Iglesia”–, este medio millar de mártires parecen ser la excusa perfecta de la Iglesia que ha preparado esta “contraopa” a la Memoria Histórica. Con la beatificación de estos “mártires de la Guerra Civil”, aunque en realidad sean sólo los del bando nacionalista y no republicano, los obispos españoles continuan con su política de uñas y dientes frente a un Estado que sigue los pasos de la República. Y los obispos españoles siguen sosteniendo que, en esa época, se produjo “la mayor persecución religiosa de la historia”.
“La persecución religiosa –insiste monseñor Vicente Cárcel Ortí, quien recuerda la impotencia frente a la persecución republicana y los actos de violencia revolucionaria sistemática en templos, altares y objetos de culto– fue un tremendo errror. Los hostigamientos y agresiones, tan frecuentes desde las elecciones de febrero del 36, se convirtieron en persecución abierta y encarnizada”. Y se olvida que fue la Iglesia beligerante la que apoyó al ejército sublevado y que el general Franco, católico, apostólico y romano, paseó bajo palio.
Alejandro Fernández Barrajón, presidente de la Conferencia Española de Religiosos (Confer) tacha de “miserable y mezquino” el intento de politizar y manipular este acontecimiento. “Los consagrados españoles nos negamos a leer este acontecimiento en clave ideológica. Y lo leemos en clave pascual, como invitación a descubrir la vida que se esconde incluso en surcos sembrados de muerte”. Pero las claves semióticas de este acontecimiento apuntan lo contrario. Y los católicos españoles agrupados en Redes Cristianas (que reúne a 147 grupos, comunidades y movimientos católicos de base), se encargan de responder a los obispos: “Dado que la Iglesia no ha pedido perdón por lo ocurrido, esta beatificación es inoportuna y manifiesta la incapacidad de la jerarquía por superar las posiciones de hace 70 años”. El manifiesto “Solidaridad con todas las víctimas de la Guerra Civil” añade que para construir un futuro de paz “es siempre necesario que las partes reconozcan los errores que les condujeron a la guerra y pedir perdón por ellos”. Y vuelve a aclarar: “Dado que la Iglesia no ha pedido perdón por lo ocurrido, esta beatificación es inoportuna y se presta a una obvia instrumentación política”.
La mayoría de ellos proceden de diversas congregaciones religiosas. Son curas y frailes, monja, seminaristas y seglares que “no ofendieron a nadie –nos advierte innocentemente Manuel Sánchez Monge, Prelado de Ferrol– ni impusieron a nadie sus creencias”. La diócesis de Madrid aporta 176 y su obispo, Antonio María Rouco, que se ha distinguido por su oposición a la política del PSOE en el poder, se siente orgulloso de ellos. Aunque el ex presidente de la Conferencia Espiscopal se ha apresurado a excusarse: “No tiene nada que ver el calendario de las beatificaciones con el político. A ellos tenemos que pedirles que intercedan por España, para que el bien de la reconciliación no se vea quebrantado por las circunstancias de la España actual”. Naturalmente, si en estos momentos nos gobernara la derecha, no sólo se hubiera mantenido esta manifestación eclesiástica sino que tal vez se hubiera potenciado.
No obstante, mientras la Conferencia Episcopal consigue ascender a los altares la memoria de los caídos en su “sacrosanta cruzada”, no en vano el portavoz y secretario de la misma, quien acudiera, hace unas semanas, al Vaticano, en la presentación de una hagiografía sobre el medio millar de estos nuevos mártires, ha declarado que el acto “fortalecerá la fe de los católicos en momentos de especial dificultad”. Como sin duda la fortaleció cuando, en 1987, unos quinientos religiosos españoles muertos a manos de simpatizantes republicanos antes y durante la Guerra Civil ya fueron beatificados por Juan Pablo II. Para Monseñor Juan Antonio Martínez Camino la ceremonia “no ha sido preparada para cultivar ninguna megalomanía”. Algo difícil de creer cuando todos los obispos españoles se desplazan este fin de semana a Roma. Hecho que, casualmentese, coincide con el 25 aniversario de la primera victoria del PSOE en las elecciones generales de 1982 y con la tramitación en el Congreso de la Ley de Memoria Histórica.
Defendidos por la España que se levantó en armas contra la República, e impulsados por una jerarquía española cuya beligerancia política se ha puesto últimamente de manifiesto –recuerdo las palabras del cardenal Cañizares, quejándose de que hoy existe un plan “de eliminación de la Iglesia”–, este medio millar de mártires parecen ser la excusa perfecta de la Iglesia que ha preparado esta “contraopa” a la Memoria Histórica. Con la beatificación de estos “mártires de la Guerra Civil”, aunque en realidad sean sólo los del bando nacionalista y no republicano, los obispos españoles continuan con su política de uñas y dientes frente a un Estado que sigue los pasos de la República. Y los obispos españoles siguen sosteniendo que, en esa época, se produjo “la mayor persecución religiosa de la historia”.
“La persecución religiosa –insiste monseñor Vicente Cárcel Ortí, quien recuerda la impotencia frente a la persecución republicana y los actos de violencia revolucionaria sistemática en templos, altares y objetos de culto– fue un tremendo errror. Los hostigamientos y agresiones, tan frecuentes desde las elecciones de febrero del 36, se convirtieron en persecución abierta y encarnizada”. Y se olvida que fue la Iglesia beligerante la que apoyó al ejército sublevado y que el general Franco, católico, apostólico y romano, paseó bajo palio.
Alejandro Fernández Barrajón, presidente de la Conferencia Española de Religiosos (Confer) tacha de “miserable y mezquino” el intento de politizar y manipular este acontecimiento. “Los consagrados españoles nos negamos a leer este acontecimiento en clave ideológica. Y lo leemos en clave pascual, como invitación a descubrir la vida que se esconde incluso en surcos sembrados de muerte”. Pero las claves semióticas de este acontecimiento apuntan lo contrario. Y los católicos españoles agrupados en Redes Cristianas (que reúne a 147 grupos, comunidades y movimientos católicos de base), se encargan de responder a los obispos: “Dado que la Iglesia no ha pedido perdón por lo ocurrido, esta beatificación es inoportuna y manifiesta la incapacidad de la jerarquía por superar las posiciones de hace 70 años”. El manifiesto “Solidaridad con todas las víctimas de la Guerra Civil” añade que para construir un futuro de paz “es siempre necesario que las partes reconozcan los errores que les condujeron a la guerra y pedir perdón por ellos”. Y vuelve a aclarar: “Dado que la Iglesia no ha pedido perdón por lo ocurrido, esta beatificación es inoportuna y se presta a una obvia instrumentación política”.
Ian Gibson, un escritor hispano-irlandés y especialista en la Guerra Civil, lamenta los asesinatos de los curas, al estar en contra de la pena de muerte. “Pero –añade– la Iglesia fue la que sembró la semilla del odio y la violencia. Y esta misma Iglesia tiene la obligación de pedir perdón, cosa que no ha sido capaz de hacer. Los prelados españoles son menos humildes que su propio Jefe, el Papa. Son cobardes y han traicionado el mensaje de Cristo”. Y yo, que he crecido bajo la influencia de una Iglesia franquista hasta la médula, estoy totalmente de acuerdo con él.
Pero el recién nombrado cardenal Lluís Martínez Sstach, arzobispo de Barcelona, insiste en que las intenciones de los socialistas conducen a “reabrir heridas de la Guerra Civil”. Y el senador Manuel Fraga, presidente de honor y fundador del PP, propone "mirar hacia adelante" frente a la "mal llamada memoria histórica", que, a su juicio, consiste "en mirar al pasado, en cambiar los nombres de las calles o el sitio de las estatuas". Y Jaime Mayor Oreja considera que, para él, la Memoria Histórica es “una catástrofe” y asegura que nunca ha pretendido hacer un juicio histórico del franquismo, ni crítico ni elogioso con sus declaraciones sobre la Guerra Civil y la dictadura. El parlmentario europeo del PP se niega a "condenar nada de la historia de España", porque eso supone "revisar la Transición democrática española".
Por el contrario, Santiago Carrillo, ex secretario general del Partido Comunista de España (PCE), asegura que la derecha actual es la misma que la de 1936, "con las mismas ideas", y con "los mismos cardenales y obispos" que la derecha de los meses previos a la Guerra Civil. “España –ha dicho Carrillo– es un país en el que ha cambiado todo menos la derecha, idéntica a la del nacional-catolicismo de 1936”. Según él, la Iglesia se ha echado a los púlpitos para denunciar este “revisionismo”, esta “obsesión por abrir heridas ya cicatrizadas”. Jesús Maraña en el diario Público, publica: Cuesta mucho entender la hipocresía de quienes rinden homenaje a centenares de mártires de su Cruzada y niegan el pan, la sal y el simple recuerdo a las víctimas del otro bando”.
2 comentarios:
Con tanto cura volando,(Se me ocurre algo más, pero no lo diré) serán las agencias de viajes y compañias aéreas quienes obtengan provecho de esta movida. Es tradicionalmente rentable para los touroperadores el viajecito a tierra santa, y a Vaticano y Roma, - con más frecuencia.- , de los representantes de la secta católica. También de sus acólitos, los más enfervorecidos. La iglesia, -como la prensa del colorín,- - gran paradoja,- se alimenta y expande con el natural desprecio e indignación de los individuos que tienen el alma en el cerebro -libre de virus- (como Punset). No merecen siquiera eso. La critica les fortalece. Sólo indiferencia. Como si no existieran. De la pederastía, y todas las formas de criminalidad que desarrollan, que se ocupe la policia, que son nuestros angeles custodios, y ¡pordios! que eche una mano el legislativo. chiflos.
Buena entrada, Santiago. Cuando escucho a los obispos españoles lavarse las manos que están cometiendo esta tropelía histórica les contemplo al desnudo, como lo que son. El paradigma de la hipocresía.
Intentan colarte la moneda de la beatificación enseñándote sólo su cara, afirmando que es un acto exclusivamente religioso. (Ya esto es mentira, con sus campanas repicando y su máquina mediática echando humo, su presencia masiva, la catedral que preparan en Valencia...).
Pero nadie puede ignorar que toda moneda tiene cara y cruz. ¿Qué cruz tiene esta moneda, de la que nadie habla, pero que está inseparablemente unida a la cara que enseñan?
Para que haya mártires, tendrá que haber "martirizadores", digo yo. Hordas rojas, republicanos asesinos, anarquistas sanguinarios... Ellos mataron a los curas. Ellos serán desde ahora definidos y condenados por toda la Iglesia católica (Casualmente, puede decirse que están gobernando España, pero seguro que es una coincidencia...).
Esa es la jugada, ese es el mensaje real de los que dicen que no desean que se hable de la Memoria Histórica.
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