3 de octubre. El Presidente Bush está enojado, molesto y aislado.
George W. Bush, hace cola en el comedor de la base militar de Quantico (foto Reuters) . Imagen que refleja su aislamiento
El Presidente Bush está enojado, molesto y aislado de todos. Tres semanas después del atentado de las Torres Gemelas, su Gobierno seguraba haber presentado a los aliados de la OTAN pruebas “claras y convincentes” de que Osama Bin Laden y su organización, Al Qaeda, eran los responsables de los atentados terroristas cometidos el 11 de septiembre del 2001, en Nueva York. Afganistán había humillado al coloso americano, y, sin apenas fuerzas para resistir, sería literalmente aplastado por las bombas yanquies. Bush estaba dispuesto a borrar del mapa el Estado talibán y a cuantos no estuvieran con su América. Pero necesitaba, sobre todo, convertir a Bin Laden en el enemigo a derrotar. De ahí el que se hubiera conformado con algunos indicios y evidencias incluso antes de tener todas las pruebas que confirmaran la identificación del enemigo. El mito seguiría siendo útil para los propósitos de los americanos que necesitan demostrar que ellos eran los más fuertes.
El Juez Garzón señaló en un artículo aparecido en la prensa que, en este asunto, se predicaba la legalidad y a la vez se prescindía de la misma, aduciendo la necesidad y la urgencia para acabar con el peligro que la organización terrorista representaba. “Igualmente –decía este juez–, se exige la aceptación sin condiciones de que ‘existen’ pruebas que, curiosamente, están siendo analizadas por los políticos y no por los jueces y, con base a ello, se sentencia a los ‘culpables’ y a los que no lo son”. Para el magistrado de la Audiencia Nacional no debía ser la prepotencia y la cólera las que primasen aquí y ahora, sino “la humildad y la necesidad de una coordinación y cooperación efectivas en todos los ámbitos, y especialmente en el político, policial y judicial, para combatir y hacer frente a uno de los retos más graves del nuevo siglo”.
Pero, al Gobierno español del PP, al que USA le había leído el informe sin dejarle las pruebas por escrito, le bastaban y sobraban las palabras de acusación del tío Sam para postrarse de hinojos ante él y poner a disposición de los aliados “los medios necesarios para la acción internacional concertada contra el terrorismo”. Aunque, de momento, el Gobierno del PP sólo expresó su solidaridad. Y EEUU anunció que no precisaba, por el momento, de la asistencia militar de la Alianza Atlántica, integrada por diecinueve países miembros.
También el ex primer ministro británico, Tony Blair, diría en un discurso vibrante que el objetivo era perseguir a Bin Laden así como al régimen talibán. Había que “eliminar su armamento pesado, interrumpir sus fuentes de abastecimiento, cortar sus finanzas y atacar sus tropas no civiles”. Yo ignoraba que las tropas pudieran también ser civiles, pero eso fue lo que dijo Blair literalmente, asegurando que no había negociación posible. Y recalcó que el Estado de Israel debía ser reconocido por todos pero que había que hacer justicia a los palestinos, darles la oportunidad de prosperar en su propia tierra, como socios iguales de Israel en el futuro. Claro que una cosa eran las bellas palabras y otra, muy distinta, la dura realidad.
El embajador talibán en Pakistán, Abdul Salam Zaif, pidió “negociaciones sobre las exigencias norteamericanas” y condenó el terrorismo, pero se negó a entregar a Bin Laden sin pruebas. La Casa Blanca aseguraba tenerlas, pero estaba decidido a no hacerlas públicas, alegando motivos de seguridad, protección de información sensible y clasificada. Los yanquies manifestaron su deseo de mantener en secreto las fuentes de espionaje, lo que no les impedía dar toda clase de datos sobre Osama Bin Laden y acusarle de todo el montaje de los atentados contra los americanos. La intención de Bush, sacada de su manga, de entrevistarse personalmente con Yasir Arafat, acción entorpecida por los atentados del 11 de septiembre, formaron parte de la diplomacia desplegada por los yanquies. Una diplomacia que intentó, de esta manera, ponerse en el bolsillo a los países árabes más reacios. Todo ello, unido a la insistencia de que USA no estaba en contra del islam, sino de los terroristas, comenzó a dar los primeros resultados, deseados especialmente por ellos.
Son pistas para comprender los acontecimientos de estos últimos siete años. Los últimos, en torno a Irak, ponen a Bush entre la espada y la pared. Hoy Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal –Banco Central de EEUU–, un lúcido conservador, le acusa en sus memorias publicadas de haber invadido Irak para controlar el petróleo y no duda en criticar a la Casa Blanca y al Partido Republicano por su política fiscal irresponsable que ha provocado el aumento desmesurado del gasto público.
Y la larga lista de colaboradores de Bush que han abandonado al President se hace interminable. Los más fieles colaboradores se han apartado de él: Collin Powell, en la Secretaría de Estado; Andrew Card, jefe del Gabinete presidencial; Donald Rusfeld y Paul Wolfowitz, secretario y ex subsecretario de Defensa (el primero de ellos tuvo la desfachatez de reconocer su responsablidad en los caos de tortura en la cárcel de Abu Ghraib, el segundo, ordemnó importantes incrementos salariales a su novia); John Bolton, embajador ante Naciones Unidas; Karl Rove, su principal asesor político, y Alberto Gonzales, fiscal general de los Estados Unidos. A parte de dos de sus más fieles amigos, Tony Blair y José María Aznar, que ya no pintan nada en sus gobiernos repectivos. Y para colmo de sus desdichas, Irak se propone expulsar Blackwater, la principal compañía de seguridad privada de los EEUU que ha empleado la fuerza contra civiles en numerosas ocasiones, por presunta malversación en la muerte de ocho civiles. Se trata de la “guardia pretoriana” de Bush que ejecuta su “guerra global contra el terrorismo”, con su propia base militar y una flota de 20 aviones y 20.000 trabajadores que cuenta con la amistad personal del vicepresidente, Dick Cheny, y del ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.
Así que no me extraña esa fotografía del Presidente Bush, con esa cara paparruchada de salvador de patrias, seguido muy de cerca por su sombra derrotada.
El Juez Garzón señaló en un artículo aparecido en la prensa que, en este asunto, se predicaba la legalidad y a la vez se prescindía de la misma, aduciendo la necesidad y la urgencia para acabar con el peligro que la organización terrorista representaba. “Igualmente –decía este juez–, se exige la aceptación sin condiciones de que ‘existen’ pruebas que, curiosamente, están siendo analizadas por los políticos y no por los jueces y, con base a ello, se sentencia a los ‘culpables’ y a los que no lo son”. Para el magistrado de la Audiencia Nacional no debía ser la prepotencia y la cólera las que primasen aquí y ahora, sino “la humildad y la necesidad de una coordinación y cooperación efectivas en todos los ámbitos, y especialmente en el político, policial y judicial, para combatir y hacer frente a uno de los retos más graves del nuevo siglo”.
Pero, al Gobierno español del PP, al que USA le había leído el informe sin dejarle las pruebas por escrito, le bastaban y sobraban las palabras de acusación del tío Sam para postrarse de hinojos ante él y poner a disposición de los aliados “los medios necesarios para la acción internacional concertada contra el terrorismo”. Aunque, de momento, el Gobierno del PP sólo expresó su solidaridad. Y EEUU anunció que no precisaba, por el momento, de la asistencia militar de la Alianza Atlántica, integrada por diecinueve países miembros.
También el ex primer ministro británico, Tony Blair, diría en un discurso vibrante que el objetivo era perseguir a Bin Laden así como al régimen talibán. Había que “eliminar su armamento pesado, interrumpir sus fuentes de abastecimiento, cortar sus finanzas y atacar sus tropas no civiles”. Yo ignoraba que las tropas pudieran también ser civiles, pero eso fue lo que dijo Blair literalmente, asegurando que no había negociación posible. Y recalcó que el Estado de Israel debía ser reconocido por todos pero que había que hacer justicia a los palestinos, darles la oportunidad de prosperar en su propia tierra, como socios iguales de Israel en el futuro. Claro que una cosa eran las bellas palabras y otra, muy distinta, la dura realidad.
El embajador talibán en Pakistán, Abdul Salam Zaif, pidió “negociaciones sobre las exigencias norteamericanas” y condenó el terrorismo, pero se negó a entregar a Bin Laden sin pruebas. La Casa Blanca aseguraba tenerlas, pero estaba decidido a no hacerlas públicas, alegando motivos de seguridad, protección de información sensible y clasificada. Los yanquies manifestaron su deseo de mantener en secreto las fuentes de espionaje, lo que no les impedía dar toda clase de datos sobre Osama Bin Laden y acusarle de todo el montaje de los atentados contra los americanos. La intención de Bush, sacada de su manga, de entrevistarse personalmente con Yasir Arafat, acción entorpecida por los atentados del 11 de septiembre, formaron parte de la diplomacia desplegada por los yanquies. Una diplomacia que intentó, de esta manera, ponerse en el bolsillo a los países árabes más reacios. Todo ello, unido a la insistencia de que USA no estaba en contra del islam, sino de los terroristas, comenzó a dar los primeros resultados, deseados especialmente por ellos.
Son pistas para comprender los acontecimientos de estos últimos siete años. Los últimos, en torno a Irak, ponen a Bush entre la espada y la pared. Hoy Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal –Banco Central de EEUU–, un lúcido conservador, le acusa en sus memorias publicadas de haber invadido Irak para controlar el petróleo y no duda en criticar a la Casa Blanca y al Partido Republicano por su política fiscal irresponsable que ha provocado el aumento desmesurado del gasto público.
Y la larga lista de colaboradores de Bush que han abandonado al President se hace interminable. Los más fieles colaboradores se han apartado de él: Collin Powell, en la Secretaría de Estado; Andrew Card, jefe del Gabinete presidencial; Donald Rusfeld y Paul Wolfowitz, secretario y ex subsecretario de Defensa (el primero de ellos tuvo la desfachatez de reconocer su responsablidad en los caos de tortura en la cárcel de Abu Ghraib, el segundo, ordemnó importantes incrementos salariales a su novia); John Bolton, embajador ante Naciones Unidas; Karl Rove, su principal asesor político, y Alberto Gonzales, fiscal general de los Estados Unidos. A parte de dos de sus más fieles amigos, Tony Blair y José María Aznar, que ya no pintan nada en sus gobiernos repectivos. Y para colmo de sus desdichas, Irak se propone expulsar Blackwater, la principal compañía de seguridad privada de los EEUU que ha empleado la fuerza contra civiles en numerosas ocasiones, por presunta malversación en la muerte de ocho civiles. Se trata de la “guardia pretoriana” de Bush que ejecuta su “guerra global contra el terrorismo”, con su propia base militar y una flota de 20 aviones y 20.000 trabajadores que cuenta con la amistad personal del vicepresidente, Dick Cheny, y del ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.
Así que no me extraña esa fotografía del Presidente Bush, con esa cara paparruchada de salvador de patrias, seguido muy de cerca por su sombra derrotada.
2 comentarios:
Aqui en Estados Unidos, a Bush la mayoria de la gente lo considera un payaso de escasa inteligencia. Ha perdido toda credibilidad y nadie le hace caso. No conozco a nadie que tenga la paciencia de escuchar otro discurso hueco e insincero suyo sin asco. El ultimo clavo en el feretro de la administracion Bush fue la revelacion de las mentiras sobre los armamentos nucleares (inexistentes) de Saddam Hussein, y sus aspiraciones (falsas) de conquista mundial. El precio del militarismo Bush nos ha costado una fortuna, y solo se sabra el saldo ruinoso despues de que termine su patetica administracion.
Las expresiones francamente simiescas del presidente americano captadas por tantos fotografos y exhibidos a traves del mundo dan un atisbo alarmante del
intelecto del "lider" de Occidente. Lastima que la mayoria del pueblo espanol no tenga conocimiento adecuado de la lengua inglesa para apreciar plenamente los discursos de este presidente tan mal hablado. Los disparates que suelta casi a diario nos hacen reir, pero es una risa amarga y desilusionada.
La misma risa, amarga y desilusionada, que percibe el resto de los ciudadanos al ver su figura o al oir sus palabras desde cualquier rincón del mundo. Por lo que me cuentas, es la misma reacción que produce verlo o escucharlo por cualquier televisión del mundo, con la ventaja de que, desde aquí, no tenemos que aguantarle ni en vivo ni en directo.
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