9 de noviembre. La prensa que se va y algunos platos rotos.
Disputa en televisión entre Calleja y San Sebatián
Tal día como hoy, hace seis años, salía el último número de “Diario 16”, otro periódico que desaparecía del panorama de la prensa diaria. “Se abren y se cierran empresas todos los días –se despedía el periodista, Luis del Val–, con la diferencia de que un periódico es un montón de botellas lanzadas al mar de los quioscos con diferentes mensajes pero donde los auténticos náufragos no son los lectores, sino los periodistas, esos mensajeros locos que corremos el peligro de creernos protagonistas de las historias que nos limitamos a trasladar”. A Del Val no le gustaba que se cerraran los periódicos, ni que se muriera la gente, ni que los niños enfermaran “porque no hay nada más triste que un niño muerto dentro de un ataúd blanco y el número de un periódico que parece normal y que no es otra cosa que el último y postrero suspiro de papel”. Pero yo creo que hay algo peor que todo eso. Y es mantener un periódico abierto con decenas de cadáveres escribiendo artículos y reportajes, y con lectores que creen todo lo que esa prensa les cuenta. Y me temo que no pocos de los periódicos que, seis años después del cierre de “Diario 16”, siguen en pie, son no pocas veces mantenidos por intereses varios que nada tienen que ver con el objetivo periodístico, protagonizando un alto volumen de fagocitosis.
En octubre de 1976, cinco meses más tarde que “El País”, aparecía “Diario 16”, desgajado de una costilla de “Cambio 16”, a los acordes del himno “Libertad sin ira”, de Jarcha. Fue dirigido, entre otros, por Ricardo Utrilla, Miguel Ángel Aguilar, Pedro J. Ramírez, José Luis Gutiérrez… Hacía ya tiempo que el centenar de periodistas de este periódico trabajaba sin red. Caídas como la de Pedro J. Ramírez, en febrero de 1989, provocaron serios desperfectos. En esta ocasión, la presión del gobierno socialista, alarmado ante las investigaciones de este periódico sobre la guerra sucia y los Gal, provocó la salida de este periodista quien, con buena parte del equipo profesional bajo sus órdenes, fundaba “El Mundo”. Desde entonces, “Diario 16”, que llegó a ser el tercer diario nacional, con más de 150.000 ejemplares, comenzó a bajar sin recuperarse. Ni la cadena francesa Hersant, que compró un 30 por ciento de sus acciones, le salvó de una caída en picado de la que no volvió a recuperarse, pese a los 5.000 millones de pesetas que el Grupo “La Voz de Galicia” destinó para salvarlo, desde 1998, al hacerse con su cabecera. En el año 2000, su difusión rondaba los 24.000 ejemplares. Un años más tarde, la empresa tiraba definitivamente la toalla.
No era el primer caso. “Madrid”, “Ya”, “Artículo 20” y otros muchos medios, han terminado por sucumbir ante las presiones económicas o políticas. Otros, muy pocos, han decidido, por el contrario, lanzarse al ruedo y probar suerte. Pero, la mayor parte de revistas y periódicos que se publican gracias a las muletas de la publicidad, andan con dificultades y se les nota su paso torpe e indeciso. Sus propietarios, al ser el precio de venta del ejemplar inferior al de su coste, intentan salvarlas con los intereses publicitarios y con otras ayudas financieras. De esta manera, la prensa sigue sometida al despotismo de la oligarquía que impone sus reglas y mantiene a los partidos para hacernos creer que somos libres. Y los organismos políticos, sean del partido que sean, sólo ayudan a aquellos que están dispuestos a ayudarles. Pero la mayoría de los que no se adaptan a estas normas termina por sucumbir.
Por el contrario, dentro de este panorama, sí sobresalen los periodistas que fardan de no estar sometidos por nadie y reflejan el grado de crispación social nacida de la actualidad política. A menudo, se reproducen las broncas en las tertulias radiofónicas o televisivas. Y algunos se niegan a continuar con el juego y rompen la baraja. El 24 de octubre pasado Fernando Delgado, periodista y colaborador de la Cadena Ser, Rosa Regás, ex directora de la Biblioteca Nacional, y la periodista María Antonia Iglesias, abandonaron un debate en la televisión autonómica andaluza tras mantener una agria discusión con el director de informativos de la Cadena Cope, Ignacio Villa, quien, junto con Jiménez Losantos, es un polemista de trazo grueso y forma el ariete de la derecha. El incidente se produjo en Canal Sur, televisión pública de Andalucia, durante un debate sobre la Ley de Memoria Histórica.
Por otra parte, Iñaki Gabilondo, periodista que dirige las noticias de la “Cuatro”, comentaba el pasado 22 de octubre: "La COPE, la Conferencia Episcopal, son desde hace mucho tiempo factor de desestabilización y de conflicto. Su principal comunicador invoca su libertad de expresión para acusar al presidente del gobierno de traidor, empeñado en romper España, con un plan preconcebido que, junto a separatistas y masones, traicionó a las victimas del terrorismo, y, como siempre hizo la izquierda criminal, destruir una nación que odia. Y que el Rey debería haber abdicado porque permite esta villanía. Cosas así dice con un lenguaje ofensivo de grueso calibre entreverado de guasa, de gracioso de casino, burlándose de todo y de todos... Pero con la misma libertad de expresión pedimos que se observe la gigantesca hipocresía de la Conferencia Episcopal, que predica la paz, la caridad y la concordia, y vende veneno y discordia”.
Isabel San Sebastián es el último caso de esta guerra declarada entre periodistas. San Sebastián abandonó el plató del programa televisivo “59 segundos” que celebraba la tertulia del programa sobre la actuación del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en la gestión de la crisis de los niños del Chad. Al sentirse agraviada por su compañero, José María Calleja, Isabel no lo pensó dos veces: se levantó y se largó del debate, en señal de protesta.
Son rifirrafes simbólicos cargados de razón para los que los sufren pero incomprensibles para el espectador, el oyente o el lector que los padece. ¿O acaso es capaz de comprenderlos también? Sea lo que sea, producen cierto malestar general y la impresión de que las palabras ya no sirven para nada. Pero un país que ya no cree en las palabras es un país al borde de la guerra. Un país en donde los propios periodistas, cansados de perseguir los acontecimientos, generan sus propias noticias, convirtiéndose en parte de los mismos. Todo ello me huele a una guerra soterrada que no conduce a nada. Algo por lo que la misma prensa, a la larga, acabará pagando los platos rotos.
Tal día como hoy, hace seis años, salía el último número de “Diario 16”, otro periódico que desaparecía del panorama de la prensa diaria. “Se abren y se cierran empresas todos los días –se despedía el periodista, Luis del Val–, con la diferencia de que un periódico es un montón de botellas lanzadas al mar de los quioscos con diferentes mensajes pero donde los auténticos náufragos no son los lectores, sino los periodistas, esos mensajeros locos que corremos el peligro de creernos protagonistas de las historias que nos limitamos a trasladar”. A Del Val no le gustaba que se cerraran los periódicos, ni que se muriera la gente, ni que los niños enfermaran “porque no hay nada más triste que un niño muerto dentro de un ataúd blanco y el número de un periódico que parece normal y que no es otra cosa que el último y postrero suspiro de papel”. Pero yo creo que hay algo peor que todo eso. Y es mantener un periódico abierto con decenas de cadáveres escribiendo artículos y reportajes, y con lectores que creen todo lo que esa prensa les cuenta. Y me temo que no pocos de los periódicos que, seis años después del cierre de “Diario 16”, siguen en pie, son no pocas veces mantenidos por intereses varios que nada tienen que ver con el objetivo periodístico, protagonizando un alto volumen de fagocitosis.
En octubre de 1976, cinco meses más tarde que “El País”, aparecía “Diario 16”, desgajado de una costilla de “Cambio 16”, a los acordes del himno “Libertad sin ira”, de Jarcha. Fue dirigido, entre otros, por Ricardo Utrilla, Miguel Ángel Aguilar, Pedro J. Ramírez, José Luis Gutiérrez… Hacía ya tiempo que el centenar de periodistas de este periódico trabajaba sin red. Caídas como la de Pedro J. Ramírez, en febrero de 1989, provocaron serios desperfectos. En esta ocasión, la presión del gobierno socialista, alarmado ante las investigaciones de este periódico sobre la guerra sucia y los Gal, provocó la salida de este periodista quien, con buena parte del equipo profesional bajo sus órdenes, fundaba “El Mundo”. Desde entonces, “Diario 16”, que llegó a ser el tercer diario nacional, con más de 150.000 ejemplares, comenzó a bajar sin recuperarse. Ni la cadena francesa Hersant, que compró un 30 por ciento de sus acciones, le salvó de una caída en picado de la que no volvió a recuperarse, pese a los 5.000 millones de pesetas que el Grupo “La Voz de Galicia” destinó para salvarlo, desde 1998, al hacerse con su cabecera. En el año 2000, su difusión rondaba los 24.000 ejemplares. Un años más tarde, la empresa tiraba definitivamente la toalla.
No era el primer caso. “Madrid”, “Ya”, “Artículo 20” y otros muchos medios, han terminado por sucumbir ante las presiones económicas o políticas. Otros, muy pocos, han decidido, por el contrario, lanzarse al ruedo y probar suerte. Pero, la mayor parte de revistas y periódicos que se publican gracias a las muletas de la publicidad, andan con dificultades y se les nota su paso torpe e indeciso. Sus propietarios, al ser el precio de venta del ejemplar inferior al de su coste, intentan salvarlas con los intereses publicitarios y con otras ayudas financieras. De esta manera, la prensa sigue sometida al despotismo de la oligarquía que impone sus reglas y mantiene a los partidos para hacernos creer que somos libres. Y los organismos políticos, sean del partido que sean, sólo ayudan a aquellos que están dispuestos a ayudarles. Pero la mayoría de los que no se adaptan a estas normas termina por sucumbir.
Por el contrario, dentro de este panorama, sí sobresalen los periodistas que fardan de no estar sometidos por nadie y reflejan el grado de crispación social nacida de la actualidad política. A menudo, se reproducen las broncas en las tertulias radiofónicas o televisivas. Y algunos se niegan a continuar con el juego y rompen la baraja. El 24 de octubre pasado Fernando Delgado, periodista y colaborador de la Cadena Ser, Rosa Regás, ex directora de la Biblioteca Nacional, y la periodista María Antonia Iglesias, abandonaron un debate en la televisión autonómica andaluza tras mantener una agria discusión con el director de informativos de la Cadena Cope, Ignacio Villa, quien, junto con Jiménez Losantos, es un polemista de trazo grueso y forma el ariete de la derecha. El incidente se produjo en Canal Sur, televisión pública de Andalucia, durante un debate sobre la Ley de Memoria Histórica.
Por otra parte, Iñaki Gabilondo, periodista que dirige las noticias de la “Cuatro”, comentaba el pasado 22 de octubre: "La COPE, la Conferencia Episcopal, son desde hace mucho tiempo factor de desestabilización y de conflicto. Su principal comunicador invoca su libertad de expresión para acusar al presidente del gobierno de traidor, empeñado en romper España, con un plan preconcebido que, junto a separatistas y masones, traicionó a las victimas del terrorismo, y, como siempre hizo la izquierda criminal, destruir una nación que odia. Y que el Rey debería haber abdicado porque permite esta villanía. Cosas así dice con un lenguaje ofensivo de grueso calibre entreverado de guasa, de gracioso de casino, burlándose de todo y de todos... Pero con la misma libertad de expresión pedimos que se observe la gigantesca hipocresía de la Conferencia Episcopal, que predica la paz, la caridad y la concordia, y vende veneno y discordia”.
Isabel San Sebastián es el último caso de esta guerra declarada entre periodistas. San Sebastián abandonó el plató del programa televisivo “59 segundos” que celebraba la tertulia del programa sobre la actuación del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en la gestión de la crisis de los niños del Chad. Al sentirse agraviada por su compañero, José María Calleja, Isabel no lo pensó dos veces: se levantó y se largó del debate, en señal de protesta.
Son rifirrafes simbólicos cargados de razón para los que los sufren pero incomprensibles para el espectador, el oyente o el lector que los padece. ¿O acaso es capaz de comprenderlos también? Sea lo que sea, producen cierto malestar general y la impresión de que las palabras ya no sirven para nada. Pero un país que ya no cree en las palabras es un país al borde de la guerra. Un país en donde los propios periodistas, cansados de perseguir los acontecimientos, generan sus propias noticias, convirtiéndose en parte de los mismos. Todo ello me huele a una guerra soterrada que no conduce a nada. Algo por lo que la misma prensa, a la larga, acabará pagando los platos rotos.
2 comentarios:
Si el precio de un periodico es inferior al de su coste, ¿que estoy pagando yo, cuando compro el mundo? No quiero ni pensarlo.
chiflos.
Hola Santiago.
Este artículo me parece estupendo. Como casi todos. Con un tono de denuncia, de visión realista y con algo de esperanza.
Yo sí creo que la palabra sirve para entendernos, más allá de ideologías y partidismos. Lo único que nos embrutece es el dinero y la ambición por conseguirlo para almacenarlo.
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