lunes, 5 de noviembre de 2007

5 de noviembre. Diario de un perro.


Un curioso diario de un perro que fue querido y admirado por una familia, seducida por sus gracias de cachorrillo, y termina en plena calle, abandonado por todos, ha llegado a mi correo. Ignoro el autor de esta historia que presento tal como me la contaron. Una historia en busca de autor.

Semana 1ª. Hoy cumplí una semana. ¡Qué alegría haber llegado a este mundo!

Mes 2º. Mi mamá me cuida muy bien. Es una mamá ejemplar.

Mes 2º. Hoy me separaron de mi mamá. Ella estaba muy inquieta y, con sus ojos, me dijo adiós. Espero que mi nueva “familia humana” me cuide tan bien como ella lo ha hecho.

Mes 4º. He crecido rápidamente. Todo me llama la atención. Hay varios niños en la casa que para mí son como “hermanitos”. Somos muy inquietos. Ellos me jalan la cola y yo les muerdo, jugando.

Mes 5º. Hoy me regañaron. Mi ama se molestó porque me hice “pipí” en la casa, pero la verdad es que nunca me habían dicho dónde debía hacerlo. Además, duermo en la recámara... ¡y ya no me aguantan!

Mes 12º. Hoy cumplí un año. Soy una perra adulta. Mis amos dicen que crecí más de lo que ellos pensaban ¡Qué orgullosos se deben sentir de mí!

Mes 13º. “Mi hermanito” me quitó la pelota. Yo me agarré sus juguetes y se los quité. Pero mis mandíbulas se han hecho muy fuertes, así que le lastimé sin querer. Después del susto, me encadenaron al sol, donde apenas pude moverme. Dicen que van a tenerme en observación y que soy ingrato. No entiendo nada de lo que pasa.

Mes 15º. Ya nada es igual... vivo en la azotea. Me siento muy solo. Mi familia ya no me quiere. A veces se les olvida que tengo hambre y sed. Cuando llueve, no tengo techo que me cobije.

Mes 16º. Hoy me bajaron de la azotea. De regreso, mi familia me perdonó y me puse tan contento que daba vueltas de gusto. Mi rabo parecía reguilete. Encima, me van a llevar con ellos de paseo. Enfilamos hacia la carretera y, de repente, se pararon. Abrieron la puerta y yo me bajé, feliz, creyendo que haríamos nuestro “día de campo”. No comprendo por qué cerraron la puerta y se fueron. “Oiga, esperen –les grité–. Se... se olvidan de mí”. Corrí detrás del coche con todas mis fuerzas. Mi angustia crecía al darme cuenta que casi me desvanecía y ellos no se detenían: me habian olvidado.

Mes 17º. He tratado en vano de buscar el camino de regrerso a casa. Me siento y estoy perdido. En mi sendero hay gente de buen corazón que me ve con tristeza y me da algo de comer. Yo les agradezco con mi mirada y, desde el fondo, con mi alma. Quiisiera que me adaptaran. Sería leal como ninguno. Pero sólo dicen “pobre perrito, se ha de haber perdido”.

Mes 18º. El otro día pasé por una escuela y vi a muchos niños y jóvenes como mis “hermanitos”. Me acerqué y un grupo de ellos, riéndose, me lanzó una lluvia de piedas “a ver quien tenía mejor puntaría”. Uno de ellos me lastimó el ojo y, desde entonces, ya no veo con él.

Mes 19º. Parece mentira. Cuando estaba más bonito se compadecían más de mí. Ahora estoy muy flaco y mi aspecto ha cambiado. Perdí un ojo y la gente más bien me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra.

Mes 20º. Casi no puedo moverme. Hoy, al tratar de cruzar la calle por donde pasan los coches, casi me arrollan. Según mi instinto de conservación, estaba en un lugar seguro llamado “cuneta” pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor que hasta se ladeó con tal de centrarme. Ojalá me hubiera matado, pero sólo me dislocó la cadera. El dolor es terrible. Mis patas traseras no me responden y con dificultades me arrastro hacia un poco de hierba a la ladera del camino.

Mes 21º. He pasado diez días bajo el sol, la lluvia, el frío y sin comer. Ya no puedo moverme. El dolor es insoportable. Me siento muy mal. Me quedé en un lugar húmedo y parece que hasta mi pelo se está cayendo. Algunos pasan y ni me ven; otros me advierten: “¡No te acerques!”. Ya casi estoy inconsciente pero cierta fuerza me hace abrir los ojos. La dulzura de una voz me hace reflexionar. “Pobre perrito –dice alguien–. Mira cómo te han dejado”. Junto a la señora que se apiadó de mí vino un señor de bata blanca que empezó a tocarme y a decir: “Lo siento, señor, pero este perro ya no tiene remedio. Es mejor que deje de sufrir”. A la gentil gama se le salieron las lágrimas mientras asentía. Moví el rabo como pude y la miré, agradeciéndole que me ayudara a descansar. Luego, sólo sentí el piquetón de la inyección y me dormí para siempre, pensando en por qué tuve que nacer si nadie me quería.

Post data: Cada vez es más elevado el número de animales abandonados. En el 2006, sólo en la Comunidad de Madrid se recogieron 14.0168, tres mil más que en el año anterior. Unos 100.000 en toda España, según un estudio de la Fundación Affinity. Esta cifra no incluye ni a los recogidos por particulares, ni a los que mueren atropellados, ni a las víctimas del abandono. Dicen que la solución no es echar un perro a la calle, sino educarlo. Y en no convertir en problema una grata compañía. Claro que hay personas en este mundo que son tratadas mucho peor que este perro.

2 comentarios:

Antonio Tello dijo...

Querido Santiago,aunque a veces creemos vivir en el calor del hogar, no en vano y generalmente tarde, nos damos cuenta de que también nuestra vida es de perros. Gracias por tu generoso comentario en mi Cuaderno de notas.
Antonio

Anónimo dijo...

Sr. Miró, has conseguido arrancarme una lágrima, y te aseguro que no es por pena hacía ese animal, pues a mi me gustan bastante, y de hecho tengo alguno en casa. Pero ese aflorar mi sensibilidad ha sido, acordándome de todas aquellas personas que vienen a nuestro país, buscando un mayor bienestar, y que los de aquí no aceptamos, y si encima añadimos diferente color de piel, entonces no digamos más, nuestro comportamiento se asemeja al de las familias que abandonan a los animales.
Espero seguir aprendiendo y alejarme de esa mediocridad.
Gracias por hacernos llegar este diario